Funa Yûrei
Relato corto
Hachirô e Isao crecieron juntos en Sadowara, en la isla de Kyûshû. Amigos desde la infancia, aprendieron juntos en su juventud el oficio de pesca del pulpo. Se casaron cada uno con una de las hermanas Takayama; construyeron sus hogares anexos y cada mañana en la temporada del pulpo salían a faenar en el barco pesquero que compartían.
Aquella noche Hachirô salió de su casa mucho antes de la salida del sol. Cerró la puerta con sigilo para no despertar a su mujer y anduvo cargado con los aparejos de pesca. Se encontró con Isao haciendo lo propio y juntos se dirigieron a su humilde barca.
–No estás muy hablador hoy –reprimió Isao.
–He pasado mala noche. He tenido una pesadilla –se excusó Hachirô.
–Bueno, pues cuéntamela. Así amenizamos la faena.
–Estábamos en la barca tú y yo –comenzó –pero perdíamos el rumbo debido a la tempestad. Nos perdimos en una niebla muy espesa y, de entre tal oscuridad un pequeño candil comenzó a brillar. Remamos desesperados hacia la luz tenue, con la esperanza de encontrar a alguien que nos ayudara. Cuando al fin conseguimos acercarnos lo suficiente –se pausó para tragar saliva –vimos una barca ajada, con un candil a modo de mascarón, y sus ocupantes... sus ocupantes...
–¿Quiénes eran? –preguntó Isao en un tono que delataba una mezcla de preocupación e intriga.
–Eran los espíritus de nuestras esposas.
Isao enmudeció con cara de asombro.
–Venga, Hachirô. Sólo es un sueño. No debes preocuparte.
–No se trata sólo de eso, Isao. Últimamente un remordimiento me acecha cada vez que salimos a navegar. Siento como si éstas aguas ya no fueran seguras.
–Hachiro, vas a conseguir asustarme. Venga, aún quedan varias horas hasta que salga el sol, y esas tinajas no se van a recoger solas.
Habiendo llegado a la zona donde flotaban las boyas que marcaban la zona donde habían depositado meses antes las tinajas para atrapar a los pulpos, comenzaron a hacer el amarre para recogerlas. La labor los tuvo lo suficientemente ocupados como para percatarse de que las oscuras nubes nocturnas que cubrían el cielo desde su marcha habían comenzado a descender de tal forma que en muy poco tiempo una espesa neblina los estaba cubriendo ahogándolos sin remedio.
–Esta es la última tinaja, Hachirô... –Isao enmudeció al percatarse del panorama. –Ha... Hachirô
–¿Qué quieres ahora?
–Hachirô, la... la niebla...
–¿Cómo? –Hachirô soltó el amarre dejando caer la última tinaja que deberían recoger ante el lúgubre escenario que lo rodeaba. –Es como... en mi sueño –se alarmó.
–¿Qué hacemos Hachirô? –Consultó Isao aterrado.
Antes de que pudiera contestar una luz mortecina captó la atención de los cuñados. Se balanceaba como un fuego fatuo, y, aunque la niebla restaba fulgor, la cercanía con respecto a su embarcación la hacía perceptible.
Hachirô miraba aterrado a Isao, quien le respondía con idéntico gesto. Aún sin dirigirse la palabra, sus miradas comunicaron más que el más práctico de los lenguajes.
Isao miró durante un instante hacia la luz. Desvió la mirada para volver a centrarla en los ojos de Hachirô, y, manteniéndolos en esa posición, perdieron su brillo de repente.
Hachirô dio un paso adelante al intuir lo que iba a acontecer, pero no fue lo suficientemente rápido. Isao saltó por la borda y desapareció entre las aguas oscuras.
Hachirô cayó de rodillas, conmocionado por la pesadilla, cuando vio un candil a modo de mascarón de una funesta embarcación situada junto a él.
Aterrado giró la mirada sin pestañear para analizar el resto de la embarcación. No reprimió el grito de horror que le recorrió la garganta cuando confirmó que los tripulantes se trataban de seres incorpóreos ataviados con los típicos ropajes usados para amortajar a los difuntos.
–Ellas nos pertenecen –susurró uno de ellos con una voz que retumbó entre las nubes que los cubrían; y señaló hacia la popa de su propia embarcación.
Hachirô siguió con la mirada de terror hacia donde señalaba el espectro.
Las dos tripulantes a las que había hecho alusión alzaron la cabellera para mostrar su blanquecino y demacrado rostro. Se trataban de los espíritus de su mujer y su cuñada.
–Han tenido el mismo sueño que tú –volvió a relatar el fantasma. –Han ido en vuestra busca, pero ahora nos pertenecen. Únete a nosotros –sentenció.
Hachirô no había terminado de asimilar la situación cuando vio como una mano putrefacta se agarraba a la borda de la barca donde él se encontraba. A la mano le siguió el resto del brazo y la segunda mano.
Sintiéndose ya sin escapatoria, y decidido a seguir los pasos de su amigo, el ser que lo abordaba alzaba la cara descubriéndose como el cadáver de Isao.
–Hacirô, ¿te encuentras bien?
Las palabras retumbaron en la cabeza de Hachirô mientras toda la oscuridad que lo rodeaba desaparecía ante un brillo que lo cegaba.
–Hachirô, ¡contéstame! –volvió a retumbar en su cabeza.
La luz lo inundó todo mostrando ante él el rostro preocupado de Isao.
–Te has desmayado, Hachirô. ¿Estás bien?. Venga incorpórate. Volvamos a casa.
Mito
Los Funa Yûrei o espectros de los barcos son comunes en todo Japón. Es rara la zona costera que no conozca historias de este tipo de Yûrei. Los espíritus de los que han perecido en el mar se agrupan formando embarcaciones que acosan a los hombres mientras navegan.
Ilustración de Fina Yûrei por Shigeru Mizuki https://goo.gl/images/jEE8Tu |
Según las leyendas, cuando una embarcación de Funa Yûrei aborda a alguien pedirán un cazo a sus tripulantes. Si éstos rehusan proporcionársela quedarán malditos y naufragarán. Sin embargo, el aceptar su petición tampoco proporciona un mejor sino, puesto que con el cazo solicitado, los espíritus comenzarán a inundar la embarcación con el propósito de hundirla y reclutar a los espíritus de quienes fallezcan entre sus filas.
Se supone que para librarte de ellos se les debe dar el cazo que nos solicitan, pero previamente perforado por el fondo. De esta manera, cuando vayan llenándolo de agua para arrojarla a nuestra embarcación, el cazo se habrá vaciado por el agujero y nunca conseguirán anegarnos. Tras varios intentos los fantasmas terminarán desistiendo y seremos libres de su maldición.
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